La firma de: José Luis Acín. Es historiador, etnógrafo, miembro de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis, codirector del Centro de Estudios sobre la Despoblación y Desarrollo de Áreas Rurales.

El Pirineo en su conjunto, y las tierras ribagorzanas en concreto, muestran unas particularidades que lo diferencian y lo singularizan: son esas que hablan de la perfecta comunión entre medio natural y presencia humana, de la perfecta simbiosis entre naturaleza y hombre, entre hombre y naturaleza. No en vano, el medio ha sido el lugar elegido por el hombre para asentarse, ese medio ha condicionado su modo de vida y el hombre también ha condicionado e, incluso, transformado a ese medio. Estamos una naturaleza a la que el hombre se ha acoplado, se ha servido y en la que ha dejado su huella sin una transformación profunda de la misma, un medio antropizado en definitiva. Es más, el medio natural que hoy día es como es, presenta la fisonomía que presenta, por la acción también del hombre a lo largo de la historia, estamos ante un paisaje humanizado que tiene el valor precisamente por eso, por aunar sabiamente lo que ofrece la naturaleza con lo que aporta el hombre, en un respeto mutuo y necesario para ambos desde los orígenes hasta que se han empezado a producir los grandes cambios a partir, sobre todo, de mediados del siglo pasado.

Se ha elegido la localidad de Lascuarre, por su situación geográfica, medio natural circundante –en pleno valle del Isábena, con el Morrón de Güell y –, componentes arquitectónicos –iglesia, ermitas y arquitectura tradicional–, lugares cercanos –tanto poblaciones cercanas como edificios, en especial medievales, visibles en plena naturaleza–, y la posibilidad de que sirva de pujanza para el pueblo y sus habitantes.

Y ese es también el gran valor de estas tierras, esa equilibrada unión que ha habido entre la naturaleza y el hombre, esa interdependencia que ha llevado a la imagen que hoy tenemos de las montañas y los valles, y que debido a las radicales transformaciones que se están viviendo desde mediado del siglo XX está cambiando para ofrecer, en poco tiempo, otra imagen totalmente distinta. Para ello, se tienen en cuenta al propio medio, lo que ofrece la naturaleza con la principal época y manifestación de la historia del hombre, la Edad Media y el románico. Y se parten de esas dos premisas porque, por un lado, el medio es el que es con sus peculiaridades y características, y ahí ha estado siempre para asentamiento, uso, desarrollo y disfrute del hombre; y por otro, y aunque ha habido otras manifestaciones humanas y artísticas anteriores y posteriores, las manifestaciones románicas como emblema de estas tierras pirenaicas, como principal estilo artístico que se ha desarrollado en las mismas y con mayor número de muestras desplegadas por todos sus rincones.

Un medio que ha condicionado en todo momento al hombre y ha obligado a desarrollar la vida de una determinada manera, a acoplarse al mismo y a servirse de lo que le ofrecía, que dio lugar a un modo de vida que prácticamente no cambió desde su asentamiento más estable allá por los primeros instantes medievales hasta casi la actualidad, desde que empezaron a surgir las primeras poblaciones hasta que un buen número de ellos han ido quedado deshabitadas –no quiere decir que antes no las hubiera, pero sí en mayor número a partir de entonces y, además, perdurando ya en el tiempo–.

Como decían antropólogos de la talla de Julio Caro Baroja o Ramón Violant i Simorra, o fotógrafos tan destacados como Ricardo Compairé, hacia mediados del siglo pasado se estaba viendo como empezaba a desaparecer una cultura milenaria, la pirenaica, la de las tierras ribagorzanas, que se había mantenida casi intacta y sin cambios desde esos tiempos medievales. La arquitectura y los diferentes usos de los edificios, el modo de construir, la vida desarrollada en su interior y en el exterior, las actividades económicas –ganaderas y, en menor medida, agrícolas–, las costumbres, los diversos oficios y artesanías, las fiestas, y las creencias y supersticiones se van generando a partir, sobre todo, de esos tiempos medievales, a los que se han ido sumando otras hasta llegar a ese fatídico mediados del XX, cuando empieza su caída y, en algún caso, su olvido.

Y en esos tiempos medievales es cuando se levantaron todas esas numerosas muestras románicas que se pueden descubrir en cualquier rincón y que se han seguido utilizando hasta nuestros días, sobre todo hasta los tristes años que los que se cebó la despoblación por este –y otros– territorio. Castillos defensivos que fueron marcando las líneas de reconquista, iglesias y ermitas se desparraman por estas tierras marcando y delimitando al principal estilo artístico de las mismas, a la principal y más abundante manifestación creada por el hombre, de la que existen un mayor y excepcional número de ejemplos. Hasta el punto que podemos afirmar, sin ningún temor, que el románico es el estilo que mejor refleja el espíritu de esta zona, que mejor se fusiona con el entorno, que mejor pone de manifiesto el modo de vida del hombre pirenaico, ribagorzano. Que es la manifestación artística del Pirineo, de Ribagorza, por excelencia.

Esa forma de vida, esa cultura ha ido pareja al devenir de estos lugares durante mil años sin apenas cambios hasta que estos se empezaron a producir desde inicios del siglo XX. Como ya se ha apuntado y decían Caro Baroja, Violant i Simorra o Compairé en la primera mitad de esta centuria, se estaba ante una cultura milenaria que desaparecía, que ellos eran casi la última generación en verla y comprenderla, en aprehenderla y estudiarla, en asimilarla y difundirla. Es lo que marca también como característica a estas tierras, la despoblación y la desaparición de esta cultura, milenaria sí, y que se ha cebado con especial virulencia en lo territorio pirenaico, en los pagos ribagorzanos, con un alto número de núcleos deshabitados y otros con una baja densidad de población.

Es la tercera característica que también se comprueba en Ribagorza, como en el resto del Pirineo, como el medio y las circunstancias históricas del momento han abocado a la paulatina marcha de sus moradores. Y es lo que, todo ello unido, los tres factores detallados (medio natural, románico y despoblación) lo que llevo al surgimiento del Festival En clave Aragón, a desarrollar en poblaciones y entornos con un bajo índice poblacional, como medio también de impulsarlo y darlo a conocer, y –asimismo– como medio de llevar la cultura y los productos aragoneses hasta a algunos de los lugares más recónditos, pero con mayores encantos y posibilidades, de los muchos que jalonan Ribagorza.

Por eso, para su desarrollo en su próxima edición, se ha elegido la localidad de Lascuarre, por su situación geográfica, medio natural circundante –en pleno valle del Isábena, con el Morrón de Güell y –, componentes arquitectónicos –iglesia, ermitas y arquitectura tradicional–, lugares cercanos –tanto poblaciones cercanas como edificios, en especial medievales, visibles en plena naturaleza–, y la posibilidad de que sirva de pujanza para el pueblo y sus habitantes, así como para los intérpretes y productores participantes en el Festival.